¿Realmente la administración educativa aragonesa está haciendo las cosas bien? El 14 de marzo del año pasado, durante el comienzo de la primera ola de la pandemia del COVID-19, el Gobierno del Estado español decretó el Estado de Alarma acompañado de la suspensión de la presencialidad en el ámbito académico y su transición hacia un modelo telemático, tratando de asegurar tanto la educación como la seguridad sobre nuestra salud, dos derechos que, como ya es de conocimiento general, son considerados fundamentales para el ser humano.
Sin embargo, tiempo después se nos hizo saber que, a pesar de seguir sufriendo los vaivenes de la pandemia, comenzarÃamos el nuevo curso de forma semipresencial, algo que, aunque no garantizaba la misma seguridad higiénica y sanitaria que la formación telemática desde nuestros hogares, supuestamente no iba a suponer ningún tipo peligro para nuestra salud. A pesar de ello, no todo durante la esta etapa ha sido tan bonito y el alumnado, sin duda, ha sido testigo de cómo, debido a los escasos medios que la administración educativa ha otorgado a los equipos directivos, estas medidas no han podido ser aplicadas o, en el caso de que sà lo hayan hecho, una importante cantidad de estas lo hayan hecho de formas nefastas.
Pero esto, por desgracia, no termina aquÃ⦠El pasado 21 de diciembre, el Gobierno de Aragón anunció que los alumnos de 3° y 4° de la ESO junto a los alumnos de 1º de Bachillerato volverÃamos a la presencialidad total entre el 7 de enero y el 8 de febrero. De esta manera, si tenemos en cuenta la falta de espacios adecuados en muchos centros (como es el caso del IES Juan de Lanuza de Borja) podemos decir que las medidas que, debido las razones antes comentadas, no han podido ser implementadas adecuadamente y que aseguraban cierta seguridad (aunque a duras penas) han dejado de tener esa capacidad, todo debido a las condiciones materiales en las que nos encontramos y a las malas decisiones alejadas de la realidad que se toman por los dirigentes de la administración educativa aragonesa.
Entre las medidas que hace unas semanas era esencial cumplir pero que ahora, en pleno repunte de contagios, parece que ya no son importantes para la administración, encontramos algunas tan significativas como la imposibilidad de respetar los 1â5 metros recomendados como distancia de seguridad; un funesto sistema de ventilación en las aulas que nos obliga o a la apertura constante de puertas y ventanas con temporales inéditos y con temperaturas extremadamente bajas (como las que estamos viviendo y que puede significar también un atentado en contra de nuestra salud) o una concentración de aerosoles dentro del aula superiores a los se consideran como âsaludablesâ e âinofensivosâ; la escasa limitación de contactos al convivir con una gran número de personas en un mismo espacio, un gran flujo de interacciones entre unas personas y otras entre clase y clase e, incluso, entre la población de distintos pueblos y centros urbanosâ¦
Por lo tanto, a diferencia de lo que sucedÃa en los inicios de la pandemia, hoy por hoy no existe un equilibrio entre la educación y salud, tanto individual como colectiva, siendo esta última quebrantada por completo. El problema es que, como por ejemplo se recoge en la misma Declaración Universal de los Derechos Humanos en su artÃculo 25: âToda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, asà como a su familia, la salud y el bienestarâ. En consecuencia, se puede decir que la actuación de la Administración Educativa atenta, en primer lugar, a la salud de una gran parte de la población directa e indirectamente, y en segundo lugar, a los derechos de estas personas (sean parte del alumnado, el profesorado, el personal no docente del centro o de las personas de los cÃrculos más cercanos de cualquiera de estos tres grupos anteriores).
Para más inri, a pesar de la gravedad ya evidente de la situación, aún se debe añadir el hecho de que esta presencialidad se ha impuesto durante uno de los peores momentos desde el confinamiento (por no decir el peor), con subidas constantes en contagios y defunciones tanto a nivel estatal como regional. Además, todo esto se ha llevado a cabo sin explicación alguna pese al riesgo que esto nos genera.
Por lo tanto, y volviendo a la pregunta inicial, ¿realmente la administración educativa aragonesa está haciendo las cosas bien? Pues evidentemente no, por lo que, debido a estas decisiones que resultan tan infames y peligrosas para una gran parte de la ciudadanÃa (dentro de la cual nos encontramos), es necesario hacer un llamamiento a la movilización para apelar a nuestros derechos y, sobre todo según en la situación en la que nos encontramos, a nuestro derecho a la salud, el cual, como ya hemos visto, se está viendo en riesgo dÃa tras dÃa en nombre de la educación.
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