Desarrollo vs. crecimiento

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COLABORADOR INVITADO / Kevin Zapata

en REFORMA

07 Feb. 2020

 

Lejos quedaron aquellos días de campaña en los que AMLO prometía crecer a tasas sostenidas del 6 por ciento anual. Alcanzado por la realidad, el Presidente se ha visto forzado a cambiar el triunfalismo de su discurso económico ante el inminente decrecimiento que hoy nos sitúa en un periodo de estancamiento.

Las razones que perfilan tal situación son a todas luces evidentes. Mientras en el plano internacional la economía se ralentiza, en el contexto doméstico las decisiones de política y el cambio de gobierno, como señala Gerardo Esquivel del Banco de México, explican en gran parte el pobre desempeño del Producto Interno Bruto (PIB).

Obligado por el contexto, hoy el Mandatario cuestiona la metodología del Inegi y señala que, si bien está preocupado por el crecimiento, su interés radica más en el desarrollo. Las reacciones de la opinión pública, como ya es costumbre en México, se polarizaron en favor y en contra de AMLO. Sin embargo, las palabras del Presidente cobran gran relevancia, dada la nueva tendencia mundial a cuestionar la medición del PIB como forma de evaluar el progreso de una sociedad.

Hay cada vez más nuevos actores que se atreven a desafiar el paradigma del crecimiento económico como sinónimo de prosperidad, y la nueva corriente “rethinking economics” (movimiento que agrupa a investigadores de diferentes universidades de Europa) ha sido altamente combativa en lo que considera un dogma que poco ayuda a explicar el mundo real.

La idea de que el crecimiento económico genera desarrollo está puesta en duda, ya que, tal y como señala Joseph Stiglitz, Nobel de Economía en el 2001, el que haya mayor riqueza no significa que se distribuya de manera adecuada entre la sociedad, ni que la forma de obtenerla sea sustentable (en términos ambientales o sociales).

Asimismo, la idea de que el crecimiento económico genera felicidad también ha sido ampliamente cuestionada, en este caso por Daniel Kahneman y Angus Deaton, ambos Nobel de Economía (2002) y (2015), quienes aseguran que la felicidad está principalmente determinada por componentes psicoemocionales, y que el ingreso sólo es un factor que juega en el corto plazo.

Lo anterior, incluso, llevó a las Naciones Unidas a crear mediciones alternativas como el Índice de Desarrollo Humano (IDH) o el Índice Global de Felicidad, para tratar de contextualizar la medición del PIB en torno a otras variables de igual importancia. Es por esta razón que algunos países han empezado a cuestionarse seriamente que el fin de su acción política esté enfocado exclusivamente en aumentar la riqueza, virando a una perspectiva mucho más enfocada en el “bienestar”.

En la década de 1970, el reino de Bután consideró que la medición del PIB era inadecuada para medir lo que ellos en su cultura, predominantemente budista, consideraban bienestar. En Ecuador, la política de Estado durante la administración de Rafael Correa, aunque criticable en algunos aspectos, estuvo basada en promover el desarrollo y bienestar, llegando inclusive a crear el Ministerio del Buen Vivir. Más recientemente, Jacinda Ardern, Primera Ministra de Nueva Zelanda, expresó públicamente que su gestión estaría orientada a promover un presupuesto social pensando en el bienestar más allá del crecimiento del PIB.

De esta forma, AMLO se suma a la lista de figuras políticas que rechazan la preeminencia del PIB sobre cualquier otra variable, llegándola a calificar de “obsesión tecnocrática”. Si bien no se puede descartar el crecimiento y la generación de riqueza como un aspecto importante para la economía de cualquier país, dada su importancia para obtener los ingresos necesarios para el funcionamiento del Estado, el nuevo debate hace necesario recalibrar la importancia del PIB a la hora de hablar sobre desarrollo y prosperidad.

Quizá AMLO cambió la retórica de su discurso por necesidad política, pero eso no reduce la importancia del debate que se gesta detrás de sus palabras, ya que tal y como expresó Robert Kennedy: El PIB mide todo, excepto todo lo que hace que la vida valga la pena.

 
El autor es candidato a doctor en Política Social por la Universidad de Edinburgh.

 

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